sábado, 4 de febrero de 2012


Capítulo 12. Por fin con ellos.

8:00 de la mañana. Sábado, ya estaba yo despierta y poniendo de los nervios a mis padres. No paraba de corretear de un lado a otro, estaba nerviosa y a la vez ponía nerviosos a los demás.
-¿A que nos quedamos en casa?- Decía mi padre refunfuñando.
- ¡No, papá! Pero entiéndeme, he quedado con ellos a las 12, y al final no llegamos con hora.
- De verdad, esta niña no hace nada más que planear, ni si quiera hemos salido de casa y ya ha quedado con los amigos- Decía mi madre replicando como siempre.
Yo respondí con una sonrisa y fui a soltar las maletas al coche y para agilizar las cosas monté a María y a Lucas y les puse los cinturones y todo, Mario se sentó a su lado y yo detrás, en los asientos añadidos, sola. Mi padre de conductor y mi madre de acompañante. Me puse los auriculares y a escuchar música. Sonaba Auryn. Cartas entrelazadas. Una canción tras otra y finalmente me quedé dormida. No recuerdo nada más hasta que me despertó Mario pegándome voces:
-¡Vamos Carla, que ya estamos aquí! Tantas ganas de llegar y vas y te duermes…
Le eché una mirada asesina y le dije:
-Cállate tonto, que no he dormido esta noche nada.
Nos miramos los dos y nos reímos, en efecto ya estábamos en la ciudad, en mi ciudad, en mi calle… Uff, los ruidos de los coches, de la gente… Miré el reloj: Las 11:15… Vale, me daba tiempo a entrar y soltar las cosas. Nos encontramos al portero, el cual nos saludó afectuosamente y después con los vecinos. Estuvimos largo rato hablando con ellos… Ella es la típica mujer mayor que se pasa el rato sonriéndote y diciéndote lo guapa que estás y lo grande que te has hecho. 
Finalmente decidimos subir al piso. Estaba tal cual lo dejamos, con polvo por supuesto, pero nada más. Corrí a mi cuarto… ¡Cuántos recuerdos! Solté la maleta sobre la cama y me fui al cuarto de baño… ¡Qué pelos tenía! Me recogí dos trenzas, saqué la plancha y me alisé bien el flequillo y después me miré la ropa. Tenía la sudadera esa de muchos colores que tanto me gustaba, unos vaqueros largos y unas converses, vale, estaba perfecta. Miré el reloj; las 11:45. Sería mejor que me fuese yendo ya, no quería llegar tarde. Me despedí de mis padres y les prometí que no llegaría tarde, a la hora de comer debería de estar en el piso.
Cogí el bolso con el móvil y un monedero y a la calle… 
Salí por la puerta. Cuántos recuerdos me venían a la mente, hacía ya varios meses que no cruzaba esa puerta, que no estaba por esas calles, por esas avenidas, que no escuchaba el bullicio de la ciudad. Seguí hasta el parque en el que habíamos quedado. No estaban allí. Conociéndolos vendrían todos juntos y tarde, ellos eran así. Me senté en un banco a observar a los jubilados echando de comer a las palomas y de repente me sumergí en un profundo pensamiento del que desperté con las voces de ellos, sí, de mis amigos. Estaban allí todos juntos, tal y como los vi la última vez, me levanté corriendo y los abracé a todos, uno por uno, sonreía y ellos también, di besos, muchos besos, y ellos me hacían preguntas. Nos sentamos en el banco y les conté que tal me iba, cómo era el pueblo, mis amigos, el instituto… Aunque eso sí, me di cuenta que los amigos del pueblo no eran los de la ciudad, estos eran mejores, no en calidad, sino en experiencia, me conocían como a nadie y es que llevábamos toda la vida juntos. De verdad, incluso algunas lágrimas cayeron por mi mejilla, pero de pura alegría, nada más, estaba feliz de poder estar con ellos otra vez, aunque solo fuese por unos días. Cuando miré el reloj eran las 14.00. ¿Ya? Se me había pasado el tiempo volando, pero ya tenía que volver, me despedí y quedamos para salir por la tarde. Llegué a casa y mis padres ni siquiera preguntaron, en mi cara se veía toda la felicidad que sentía en esos momentos.

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